Ya hemos decidido que vamos a empezar nuestro bonsái desde semilla.
Para ello, deberemos elegir semillas de una especie que nos guste, que se adapte bien a nuestro clima y que sea de crecimiento lo más rápido posible.
Para ello, podemos recolectar en otoño semillas de árboles de nuestro entorno (lo más recomendado) o comprar semillas de especies foráneas en establecimientos especializados o centros de jardinería. Ojo, haremos caso omiso si nos ofrecen “semillas de bonsái”, no existen semillas de bonsái, se trata de semillas de árboles normales, la palabra “bonsái” la utilizan para multiplicar su precio.
Ya tenemos en nuestro poder las semillas y ahora tenemos que plantarlas.
La época más idónea para árboles de hoja caduca y coníferas es en otoño para que germinen a principio de primavera. Los árboles de hoja perenne se plantan a finales de invierno o principio de primavera, cuando ya no haya riesgo de heladas.
Algunas especies deberán pasar un período de estratificación (mantener en frío) durante un mes antes de su plantación.
Podemos plantar las semillas en una bandeja-semillero o en macetas individuales.
En cualquier caso cuando las plantas lleven un año de crecimiento deberemos pasarlas a tiestos individuales y aprovecharemos para hacerle la primera poda de raíces, eliminando la pivotante y las más gruesas, dejando las más finas, que son las que realmente nos interesan.
Llegados a este punto, vamos a entender el por qué solo nos interesan las raíces finas:
Cuando germina la semilla de un nuevo árbol, lo primero que emite es la raíz pivotante que, indiferentemente en la posición en la que esté la semilla, se dirigirá y penetrará en el suelo para “anclarse” y evitar que el aire y el agua desplacen la nueva planta, perjudicando su desarrollo.
Una vez la semilla está anclada al suelo, el tallo eleva los cotiledones hacia el exterior para que les dé la luz, se produzca la fotosíntesis y puedan nacer las primeras hojas.
En este primer proceso, la planta se alimenta de las reservas almacenadas en los cotiledones que una vez agotados se secan y desprenden.
Así deberemos mantener nuestro nuevo árbol durante el primer ciclo de crecimiento antes de hacerle ninguna intervención (ya hemos advertido que este proceso es lento).
Ahora vamos a ver como “educar” a nuestro árbol para que se convierta en bonsái poco a poco.
Una vez nuestro nuevo árbol ha pasado su primer invierno, se vaya acercando el buen tiempo y ya no haya riesgos de heladas, deberemos trasplantar nuestro futuro bonsái y efectuarle una poda de raíces.
Deberemos cortar la raíz pivotante en la medida en que veamos que dejamos suficientes raíces secundarias (adventicias o capilares) que son las que nos asegurarán su supervivencia.
Si vemos que al cortar nos quedan pocas raíces adventicias, deberemos equilibrar el vigor de la parte aérea podando algunas hojas, incluso el ápice para que las raíces que hemos dejado sean suficientes para alimentar las hojas.
Dependiendo de las raíces finas que podamos dejar, cortaremos la raíz principal más o menos, siempre dejando las suficientes raíces finas para asegurar la supervivencia del árbol.
Si cortamos poco la raíz principal, tendremos que intervenir todos los años hasta poder eliminarla por completo y que se hayan desarrollado suficientes raíces finas, que son las que alimentan nuestro árbol y le procuran el agua y los minerales.
Como hemos visto anteriormente, la raíz principal o pivotante, solo sirve en la naturaleza para anclar el árbol al suelo.
Lo que debemos conseguir en las primeras fases de “educación” de nuestro árbol para que llegue a ser bonsái, es conseguir un buen cepellón de raíces finas que son las que realmente van a hidratar y alimentar a nuestro árbol.
No podremos plantar nuestro árbol en un tiesto de bonsái hasta que consigamos este propósito.
Cuantas más raíces finas consigamos, mejor aguantará nuestro bonsái las deficiencias de cultivo y las plagas.
Por ejemplo, un Acer palmatum cultivado en un clima mediterráneo aguantará mucho mejor los rigores del verano si posee un buen cepellón de raíces finas. Por el contrario, si nuestro arce tiene pocas raíces finas y lo plantamos en un tiesto bajo de bonsái con poco sustrato, en días de mucho calor las raíces no serán suficientes para mantener hidratadas las hojas y estas acabarán desecándose por los bordes e incluso cayendo.